¿Cómo es atravesar el Desierto de la Muerte? Desde que me enteré que Diana Melo habÃa sido aceptada para correr en la mÃtica carrera Badwater 135, le manifesté que querÃa ser parte del equipo de apoyo que serÃa parte de la carrera. Badwater es una carrera de 135 millas (217 kilómetros) que sale de Badwater Basin, un lago de sal a 86 metros bajo el nivel del mar y a pocos kilómetros de un pueblo llamado Furnace Creek, California, atraviesa el Parque Nacional Valle de la Muerte y termina en la entrada al Monte Whitney, a pocos kilómetros de otro pueblo llamado Lone Pine. Descrito de esta manera, suena fácil. Pero esta carrera se auto describe como la carrera mas dura del mundo y en dos dÃas de julio, descubrà porqué.
Buena parte de la carrera empieza con la preparación. Un par de semanas antes Diana y yo tuvimos la oportunidad de reunirnos en Bogotá con el segundo miembro del equipo de apoyo, Roberto Cedillo, un venezolano radicado en EE.UU. Aunque ya habÃamos conversado por Whatsapp, fue una buena oportunidad para conocernos y ver mas detalles de cómo serÃa enfrentar esta carrera y lo que podrÃamos necesitar. Por fortuna para Diana y el equipo, al estar Roberto radicado en EE.UU. y ser un aficionado a acampar y las carreras de trail, ya tenÃa una gran cantidad de las cosas que se necesitan para la carrera. En este momento, no tenÃamos certeza aún de la participación de dos personas mas en el equipo, por lo que la planeación tenÃa cierta incertidumbre.
La carrera iniciaba un lunes, por lo que decidà llegar a EE.UU. el jueves de la semana anterior. Aunque la carrera es en California, resulta mas práctico llegar a Las Vegas, en Nevada y conducir desde allà a Lone Pine, el centro donde se concentra la organización de la carrera, se hace la entrega de kits y se compran los últimos suministros antes de empezar la competencia. El viernes previo a la carrera me encontré con Diana en el aeropuerto de Las Vegas, compramos algunas cosas de último momento para la carrera y emprendimos la carretera hacia Lone Pine. Poco a poco el paisaje seco de Nevada se convertÃa en un paisaje aún mas árido y completamente desértico. Llegamos en la noche a Lone Pine, donde incluso después de las 9 de la noche la temperatura era por encima de los 30 ºC (86 F).
El sábado salimos a correr unos 40 minutos por un tramo por donde pasarÃa la carrera y por donde habÃa un desvÃo frente a la ruta habitual, por lo que nos servÃa también para conocer ese sector y no perdernos el dÃa de carrera. De las 135 millas de Badwater, este era el único sector que no era asfalto, era un sendero de 2 millas que se usaba para evitar una parte de la carretera que estaba en reparación. El resto del dÃa fue prácticamente de descanso y para conocer algunos de los sitios del pueblo.
El domingo era el dÃa de registro con la organización de carrera y de presentar el equipo obligatorio. Ese dÃa nos encontramos con Roberto, quien venÃa conduciendo desde California y organizamos todas las cosas de Diana y el equipo en el carro que habÃamos alquilado en Las Vegas y nos llevó a California. Para esta carrera usamos 3 neveras, una de ellas eléctrica, para guardar hielo y todas las bebidas y agua que querÃamos mantener frÃas. Además, llevábamos comida para Diana y todo el equipo, radios de comunicación, sillas, un parasol, un organizador lleno de comida, un colchón inflable, chalecos de trail y nuestro equipaje. Una camioneta de siete puestos, con su baúl prácticamente lleno como si fuésemos a acampar varios dÃas. Nos tomó un buen tiempo descifrar lo que Ãbamos a llevar y lo que no era indispensable y por cuestión de espacio era mejor dejar. Cuando finalmente lo desciframos, nos fuimos a la escuela de Lone Pine, para el registro de Diana, revisión de equipo obligatorio y la charla técnica. Al finalizar, nos desplazamos de Lone Pine a Furnace Creek, el pueblo más cercano a la lÃnea de salida. Nunca olvidaré que en el camino paramos aproximadamente a las 8 de la noche, cuando ya era oscuro, a poner gasolina y el termómetro del carro marcaba 48 ºC. Esa noche conocimos a Glen Kovacs, el tercer miembro del equipo y quien Diana habÃa contactado para sr parte del apoyo. Glen habÃa sido voluntario varias veces antes en la carrera y habÃa ayudado a otros equipos, por lo que su experiencia serÃa muy valiosa para nosotros los novatos.
La noche del martes 22 de julio Diana tenÃa su salida a las 9 PM, hora local. Dado que la carrera se corre en vÃas públicas, sin cierre, la salida se hace en tres olas: 8, 9 y 10 PM. Roberto, Glen y yo pasamos un buen tiempo terminando de preparar el carro con el hielo en cada nevera, las bebidas adicionales y descansando un poco para estar listos para la salida de carrera. En el hotel donde nos hospedamos ya se sentÃa el ambiente de carrera con varios equipos que se hospedaban allà mismo y estaban preparando sus carros con los números obligatorios de cada corredor y cosas de último momento. El común denominador era camionetas de siete puestos o minivans con sus baúles llenos con dos o mas neveras, mucha comida y una infinidad de artÃculos para correr. Creo que a medida que se acercaban las 9 PM crecÃan los nervios en Diana y en el equipo.
A las 7 PM aproximadamente llegó al hotel Eli Wininger, el cuarto miembro de nuestro equipo y quien venÃa manejando desde Los Angeles para completar el apoyo. Eli tampoco tenÃa la experiencia de Badwater, pero es un ultramaratonista con experiencia y aparte de apoyar a Diana en las paradas, venÃa dispuesto a ser su liebre (pacer) en tantos tramos de la carrera como fuese necesario. Mientras Eli terminaba de alistar sus cosas para la carrera, Roberto y yo salimos con Diana hacia Badwater Basin, el punto de partida de la carrera. Badwater Basin es un lago seco ubicado a unas 18 millas de Furnace Creek y unos 85 metros bajo el nivel del mar. Estar allà es estar en un lugar que se siente especial; un lugar agresivo al ser uno de los sitios mas calientes de este planeta al que pocos se atreven a visitar, mucho menos se les ocurre correr allÃ.
La ceremonia de salida es sencilla pero especial. La organización toma fotos de quienes salen en cada ola y alguien canta el himno de EE.UU. Pero ese momento de estar parado en ese lugar, frente a algunos de los corredores mas duros de este planeta y al lado de sus equipos de apoyo, es realmente excepcional. Asà que terminada la breve ceremonia, arrancó la ola de las 9 PM. Mientras Diana arrancaba a correr, Roberto y yo nos montamos en el carro para esperar la orden de salida de la organización, quienes regulaban la salida de cada carro y asà organizar un poco el tráfico de salida.
Inicialmente la estrategia fue parar cada 2 millas (3.2 km) para preguntarle a Diana si su hidratante estaba bien o si querÃa algo de comer. Diana ya nos habÃa advertido que acostumbra a comer poco durante las carreras pero realmente nos sorprendimos al ver que durante los primeros kilómetros no comÃa nada y solo se hidrataba. Sin embargo, su paso fue muy constante durante esos primeros kilómetros y se le veÃa bien en cada parada, por lo que continuamos la estrategia. Avanzamos esas primeras millas e hicimos una parada en Furnace Creek, milla 17.4 (km 28), en donde nos esperaban Eli y Glen para integrarse al equipo y continuar. Mientras Roberto y yo llegábamos a este punto, Eli y Glenn se habÃan encargado de comprar mas hielo para recargar nuestras neveras. Allà paró nuevamente Diana y seguimos el camino en la noche.
Al cabo de varias paradas durante la noche, Diana pidió sentarse en una de las sillas plegables y nos contó que venÃa sufriendo de calambres en los gemelos, lo cual nunca le habÃa sucedido antes. Aunque la cause de los calambres aún es un tema en discusión, una de las hipótesis mas fuertes es que puede ser causado por la deshidratación, por lo que lo mas lógico en ese momento era pensar que esta era la causa. Diana tomó unos minutos sentada para comer papas fritas e hidratarse un poco mejor. Durante el resto de la noche, Diana tuvo que pelear con los calambres pero a pesar de ello, su ritmo no bajó mucho.
El primer amanecer nos encontró a las 5:40 de la mañana a dos millas de Stovepipe Wells, que es la milla 42 (km 67.7) de la carrera. En este punto hay una gasolinera en donde se puede comprar hielo, comida y algunos suministros. Sin embargo, en este punto Diana ya venÃa sufriendo mas con los calambres y de hecho su paso se habÃa disminuido notablemente. La parada en este punto fue mas larga que las anteriores; compramos algunas cosas en la estación de gasolina y Roberto le hizo un masaje en los gemelos a Diana para tratar de ayudar con los calambres. Además de ello, le ofreció a Diana un sobre de mostaza que según Roberto, le ayudarÃa con los calambres. Yo habÃa leÃdo sobre este remedio casero para calambres, pero no estaba seguro de su eficacia. Sin embargo, valÃa la pena tomar un pequeño riesgo y Diana aceptó. Desde este punto, Eli empezó a hacer de liebre de Diana lo que le ayudó a mantener un paso mas constante y a que las paradas fueran un poco mas rápidas, ya que Eli nos podÃa avisar con anticipación lo que Diana necesitaba a través del radio.
A medida que avanzaba el dÃa subÃa la temperatura y se acercaba la primera subida grande de la carrera, Towne Pass. Entre Stovepipe Wells y Towne Pass hay unas 18 millas (29 km) y 5,000 pies (1,524 mt.) de ganancia vertical. El reto era hacer este ascenso mientras la temperatura subÃa rápidamente. Por fortuna, la mostaza ayudó un poco a Diana con sus calambres y hubo una leve mejora. Sin embargo, el calor del dÃa ya se empezaba a sentir y con él llegaba progresivamente el desgaste de la distancia. Durante la mañana, habÃa dos estrategias para ayudar a Diana a que no subiera demasiado su temperatura corporal: una bandana que llenamos de hielo en cada parada y que ponÃa en su cuello y un gorro con un espacio especialmente diseñado para este tipo de carreras que se podÃa llenar con hielo.
Para complicar las cosas un poco más, antes de llegar a Towne Pass, uno de los vehÃculos de la organización que pasó al lado nuestro nos contó que en la parte mas alta habÃa un enjambre de abejas. Asà que nuestra solución fue simple: darle a Diana y Eli toallas que habÃamos dejado en las hieleras para protegerse de las abejas. Las toallas funcionaron y cumplieron un doble objetivo: no sólo los protegieron de los insectos sino que los ayudaron a mantenerse frescos sobre todo si se tiene en cuenta que el paso por Towne Pass fue apenas un poco antes del mediodÃa.
En el punto mas alto de este ascenso era posible ver todo el Valle de la Muerte frente a nosotros y ver lo que le esperaba a Diana en el momento mas caluroso del dÃa. La vista era tanto espectacular como aterradora. HabÃa que descender nuevamente por una carretera recta, durante la parte mas calurosa del dÃa y luego subir nuevamente un poco a Panamint Springs, un pequeño pueblo a 1,920 pies (585 metros) sobre el nivel del mar. En este tramo, Glen asumió la tarea de liebre para darle un descanso a Eli. Durante todo el descenso y el tramo para atrvesar el Valle paramos cada milla (1,6 km) para poder ayudar a Diana con el cambio de botellas con hidratante, recarga de hielo en el gorro y la bandana y atender cualquier necesidad. Este fue sin duda uno de los puntos mas duros de la carrera y donde apenas nos acercábamos a la mitad. Diana ya llevaba mas de 14 horas corriendo, la temperatura no paraba de aumentar y el sueño y el cansancio ya empezaban a impactar el rendimiento de Diana.
En el punto mas bajo del valle, Diana decidió parar para tomar un descanso de aproximadamente 30 minutos, que aprovechó muy bien para dormir y "refrescarse" a la sombra del parasol y con algo de hielo sobre su cabeza y su cuello. El calor obligaba a que el paso fuera lento y la llegada a Panamint Springs se veÃa aún lejos. Pero como cualquier corredor de ultramaratones lo puede confirmar, lo importante es mantenerse en movimiento. Nos tomó aproximadamente 6 horas llegar desde Towne Pass hasta Panamint Springs, un tramo de 12 millas (19 km).
Cuando finalmente llegamos a Panamint Springs, sentimos un pequeño alivio ya que este sitio era clave para reabastecernos con comida, gasolina, hielo e incluso la organización habÃa dispuesto una habitación para que los corredores pudiesen tomar una siesta si asà lo querÃan. Pero el alivio duró poco: la habitación estaba llena y la máquina de hielo de este sitio habÃa dejado de funcionar. No tendrÃamos otra oportunidad para reabastecernos de hielo hasta la milla 122 (km 196), casi al final de la carrera en Lone Pine. Roberto y Eli se encargaron de buscar algo de hielo y finalmente lograron conseguir una bolsa para recargar. Mientras tanto, yo buscaba una colchoneta inflable que Diana llevó y asà adecuar un espacio en donde pudiese descansar. También compré algo de comida para Roberto, Eli y Glen, ya que esta serÃa probablemente la última oportunidad de comer algo en mucho tiempo. Mientras Diana dormÃa los demás comÃamos y recargábamos un poco nuestra energÃa. Además este sitio era el primero en muchos kilómetros donde nuevamente tenÃamos señal de Wi-Fi y podÃamos dar un reporte del avance de Diana. Al cabo de su siesta de unos 40 minutos le conté a Diana cuántas personas me habÃan escrito y estaba pendientes de su progreso en carrera. Esto pareció darle un buen empujón de ánimo para continuar y empezar la segunda mitad de carrera.
Diana empezó a correr de nuevo un poco antes de la puesta del sol hacia lo que serÃa el segundo ascenso importante de la carrera, desde Panamint Springs hasta un mirador llamado Father Crowley en la milla 80.2 (km 129) y a una altura de 4,000 pies sobre el nivel del mar (1,219 msnm). Diana partió con la compañÃa de Eli como pacer, mientras que Glen, Roberto y yo nos quedamos en el carro. Una de las dificultades en este tramo era que no era posible parar en cualquier lugar para asistir a Diana, sino únicamente en los lugares indicados por la organización de carrera, ya que en este punto la carretera es relativamente estrecha y por seguridad estaba dispuesto de esta manera. Por fortuna, al tener a Eli como pacer, Diana pudo dedicarse a correr sin tener que pensar en cargar mucho peso extra. Cuando Glen, Roberto y yo llegamos al mirador en Father Crowley, el sol ya estaba práctimante oculto. Al parar nos dimos cuenta de lo cansados que estábamos, pues ya era el inicio de la segunda noche en carrera. Mientras yo dormÃa en el carro, Roberto y Glen dormÃan en el andén del parqueadero del mirador. Yo sabÃa que en cualquier momento llegarÃan Diana y Eli; yo tenÃa la tarea de relevar a Eli como pacer. Puse una alarma en mi teléfono y cerré los ojos con la idea de descansar unos 30 minutos mientras llegaban los corredores. Sin embargo, estaba tan cansado que me dormà casi de inmediato y solo me desperté ¡cuando Eli tocó en la ventana del carro! Obviamente me tomó por sorpresa, pero inmediatamente nos organizamos para continuar el camino ya entrada la noche.
Unos kilómetros mas adelante llegó mi turno para ser el pacer de Diana. En este primer turno la acompañé durante 8 millas (13 km). Este tramo fue difÃcil para Diana quien ya venÃa luchando aún mas contra el sueño. Durante esos kilómetros nos pusimos a conversar con el ánimo de ayudarle a Diana a mantenerse despierta. Mi estrategia, aparte de contarle a Diana historias de mi vida, fue decirle que se enfoncara en la lÃnea blanca que separa la berma de la vÃa principal. Era obvio que el sueño y el cansancio ya hacÃan mella. Algunas veces le costaba a Diana mantenerse sobre la lÃnea blanca y se desviaba hacia la carretera, por lo cual era obvio que el papel del pacer en esta etapa de la carrera era principalmente por seguridad. Al terminar de correr ese tramo, hicimos un cambio y fue Roberto quien pasó a ser de pacer durante otros kilómetros adicionales. La noche continuó sin muchos inconvenientes grandes, aunque Diana aún peleaba bastante con el sueño pero se mantenÃa en movimiento. Aparte de una parada en el puesto de control 5 en Darwin (milla 90; km.145) para manejar las ampollas, no hubo mayores inconvenientes. Durante las paradas le hicimos énfasis a Diana en que con la salida del sol llegarÃa la energÃa de un nuevo dÃa para continuar corriendo y terminar.
El amanecer llegó a las 5:40 del 24 de julio aproximadamente. Con el nuevo dÃa llegaron nuevas energÃas pero los retos seguÃan siendo los mismos: pelear contra el sueño, el cansancio y el calor. La carretera 190, donde transcurre la mayor parte de la carrera seguà siendo una recta interminable. A pesar de ello, Diana se mantuvo en movimiento, con lo cual seguÃa avanzando a un paso razonable. Incluso, durante las primeras horas de la mañana alcanzamos a pasar a un par de corredores. Sin embargo, desde hacÃa varias horas Diana tomaba únicamente agua, ya que estaba cansada del sabor dulce del Gatorade y del Electrolit que usamos para reponer los electrolitos. Aunque esto nos preocupó un poco, Diana siempre sustuvo que estaba cansada del sabor y que preferÃa seguir tomando agua.
Asà transcurrieron las primeras horas de la mañana, con varios cambios de turno de pacer entre Roberto, Eli y yo. En una de las paradas, vimos a Roberto llegar con Diana quien tenÃa un golpe y sangre en la cara. Diana se habÃa tropezado y no alcanzó a poner sus manos para detener el golpe. El golpe fue fuerte, pero Diana se mantuvo firme y continuó avanzando hacia Lone Pine, sitio donde tenÃa un puesto de control y se hacÃa el giro hacia el tramo final de la carrera. En la última parada antes de Lone Pine, Diana nos comentó que querÃa cambiar los tenis con los que habÃa corrido toda la carrera por sus confiables Altra, que eran tenis de trail, un poco mas livianos y mas adaptables al terreno del tramo de 2 millas (3.2 km) que tendrÃamos que enfrentar al salir de Lone Pine.
En el carro estábamos Eli, Glen y yo. Al llegar a Lone Pine, sabÃamos que tenÃamos algo de tiempo mientras llegaba Diana asà que paramos en el restaurante la lado del hotel donde se habÃa establecido el puesto de control. Comimos rápidamente y nos alistamos para la llegada de nuestra corredora. Diana llegó al hotel y nuevamente nos pidió los tenis de cambio, que le pasamos al instante. Se sentó en un borde de concreto para amarrarse sus tenis y casi de inmediato se desvaneció como si alguien le hubiese golpeado en la cabeza. Roberto, quien venÃa corriendo este último tramo con ella, la agarró y empezó a tratar de despertarla. Intentábamos darle algo de tomar pero Diana simplemente no respondÃa a nada. Afortunadamente, los médicos de la carrera tenÃan una habitación en este hotel, asà que entre todos llevamos a Diana a la habitación para reanimarla. La primera sospecha fue por supuesto una deshidratación, asà que los médicos le dieron suero oral mientras le preguntaban su nombre, de dónde era, si sabÃa dónde estaba. Todo para saber si habÃa perdido del todo el conocimiento. Por fortuna, Diana respondió acertadamente a todo. Mientras tanto, uno de los médicos le pidió a Glen traerle a Diana comida real, asà que la solución mas prácticia fue cruzar la calle por unas papas fritas de McDonalds. Cuando Diana ya se habÃa recuperado un poco, los médicos la pusieron sobre la balanza y se dieron cuenta que habÃa perdido 14 libras, algo asà como el 10% de su peso corporal. Obviamente eso era una cifra escandalosa, a tal punto que los médicos estaban pensando en si Diana debÃa continuar en carrera. Entre nosotros nos miramos sin decir nada. Diana le afirmaba a los médicos que podÃa continuar; lo cual estaba en parte demostrado con su rápida recuperación mientras comÃa y reponÃa los electrolitos en su cuerpo.
Todo este episodio transcurrió durante aproximadamente 40 minutos, desde el momento en que Diana se desmayó hasta que salió de la habitación. La salida la dieron los médicos con claras indicaciones de mantener el consumo de electrolitos y de comida durante el resto de la carrera, que eran las últimas 13 millas (21 km) desde Lone Pine hasta la entrada al Monte Whitney. Media maratón. Con 4,671 pies (1,423 metros) de ascenso.
Salimos muy precavidos y un poco asustados por el episodio, pero como decÃamos en ese momento: "ya se puede oler la meta". Lo que quedaba parecÃa poco frente a todo lo recorrido, pero el ascenso suponÃa un reto adicional. Unos metros después de empezar esta nueva sección, habÃa un desvÃo hacia un sendero de 2 millas (3.2 km); la única sección de trail de toda la carrera. Esto ocurrió porque el camino habitual, de aslfalto, tuvo un deslizamiento y la vÃa estaba en reparación. Esta sección de trail era un cambio bienvenido después de casi 120 millas (193 km) de aslfalto. Además, no era un sendero técnico, asà que el riesgo de otra caÃda era pequeño.
Al empezar esta nueva sección, a Diana se le veÃa mucho mejor. El ascenso fue caminando con algunos trotes cortos y en los primeros kilómetros cambiamos entre Eli y yo la tarea de hacer de pacer. Cada vez que entraba al carro, empezábamos a contar los puntos que Ãbamos pasando, como haciendo una cuenta regresiva de lo que nos faltaba para la meta. Era obvio que ya estábamos cansados y Diana merecÃa llegar a la meta. Esos últimos kilómetros, todos en ascenso en un camino sinuoso que nos mostraba el cambio de un ambiente desértico a un bosque con pinos y cascadas, tuve la fortuna de hacerlos al lado de Diana. No podÃa olvidar la tarea de recordarle tomar los electrolitos y comer algunas de las papas que le quedaban. A medida que subÃamos, la temperatura bajaba un poco y ya no estábamos ante un calor insoportable. Cada vez que subÃamos un poco veÃamos avisos y avisos relativos al Monte Whitney (zona de camping, parqueadero, etc) pero nada que llegábamos a la entrada, que es donde termina la carrera. No habÃa otra opción sino seguir paso a paso.
Cuando por fin escuchamos los gritos de quienes estaban en la meta, llegó esa sensación de alivio que es única al terminar una carrera. Esa sensación de que llega una dosis adicional de energÃa, sólo para cruzar la meta. Los últimos metros, tal vez no mas de 50 los hicimos todos los miembros del equipo, Diana, Eli, Roberto, Glen y yo. No podÃa faltar una bandera de Colombia para unirnos a los 5 en esa meta. 45 horas, 11 minutos y 30 minutos después de salir de Badwater, Diana cruzó la meta y se convirtió en la primera mujer colombiana en hacerlo.
De una carrera como estas quedan muchos aprendizajes y por supuesto, muchas gratas memorias. Cuando leà "Nacidos para Correr" de Christopher McDougall y leà sobre esta carrera, me pareció algo absolutamente desquiciado. Jamás me hubiese imaginado que algún dÃa podrÃa aportar un granito de arena a que una corredora cruzara el Desierto de la Muerte. Pero varios años después de leer ese libro y de haber corrido miles de kilómetros, puedo decir que ahà estuve. Incluso un dÃa antes de la carrera, me asustaba un reto de esta magnitud. Después de haberla vivido, entiendo perfectamente porque atrae a corredores de todo el mundo que se quieren enfrentar a este monstruo.
Para finalizar no puedo dejar de agradecer y felicitar a mis compañeros de equipo: Eli Wininger, Glen Kovacs y Roberto Cedillo. Todos venimos de contextos tan diferentes y sin embargo en esto logramos unirnos para funcionar como un reloj. Y por supuesto, mis felicitaciones y total admiración para Diana Melo, que paso a paso logró dominar a ese monstruo.
Ever since I found out that Diana Melo had been accepted to run in the legendary Badwater 135 race, I told her that I wanted to be part of the support team for the event. Badwater is a 135-mile (217-kilometer) race that starts at Badwater Basin, a salt lake 86 meters below sea level and a few kilometers from a town called Furnace Creek, California. It crosses Death Valley National Park and ends at the entrance to Mount Whitney, a few kilometers from another town called Lone Pine. Described this way, it sounds easy. But this race is self-described as the toughest race in the world, and in two days in July, I discovered why.
A significant part of the race starts with preparation. A couple of weeks before, Diana and I had the opportunity to meet in Bogota with the second member of the support team, Roberto Cedillo, a Venezuelan living in the U.S. Although we had already spoken via WhatsApp, it was a good opportunity to get to know each other and discuss more details of how we would face this race and what we might need. Fortunately for Diana and the team, since Roberto is based in the U.S. and is a camping and trail running enthusiast, he already had many of the things needed for the race. At that time, we were still uncertain about the participation of two more people on the team, so there was some uncertainty in the planning.
The race was set to start on a Monday, so I decided to arrive in the U.S. on the Thursday of the previous week. Although the race takes place in California, it's more practical to fly into Las Vegas, Nevada, and drive from there to Lone Pine, the hub where the race organization is centered, race kits are distributed, and last-minute supplies are purchased before the competition begins. On the Friday before the race, I met up with Diana at the Las Vegas airport, we bought some last-minute items for the race, and then we hit the road to Lone Pine. Gradually, the dry landscape of Nevada turned into an even more arid and completely desert-like scenery. We arrived in Lone Pine at night, where even after 9 p.m., the temperature was still above 30°C (86°F).
On Saturday, we went out for a 40-minute run along a section of the race course, which had a detour from the usual route, so it also helped us familiarize ourselves with that area and avoid getting lost on race day. Of the 135 miles of Badwater, this was the only section that wasn’t on asphalt; it was a 2-mile trail used to bypass a part of the road that was under repair. The rest of the day was mostly for rest and exploring some of the local sights in the town.
Sunday was the day for race registration and presenting the mandatory equipment. That day, we met up with Roberto, who had driven in from California, and we organized all of Diana’s and the team’s gear into the car we had rented in Las Vegas and driven to California. For this race, we used three coolers, one of them electric, to store ice, and all the drinks and water we wanted to keep cold. Additionally, we brought food for Diana and the entire team, communication radios, chairs, a sunshade, an organizer filled with food, an inflatable mattress, trail vests, and our luggage. It was a seven-seater SUV, with the trunk practically full as if we were going camping for several days. It took us quite a bit of time to figure out what we were going to take and what wasn’t essential and, due to space constraints, was better left behind. Once we finally figured it out, we headed to the Lone Pine school for Diana’s registration, mandatory equipment check, and the technical briefing. Afterward, we drove from Lone Pine to Furnace Creek, the nearest town to the starting line. I’ll never forget that on the way, we stopped to get gas around 8 p.m., when it was already dark, and the car’s thermometer read 48°C (118°F). That night, we met Glen Kovacs, the third member of the team, whom Diana had contacted to be part of the support crew. Glen had volunteered several times before in the race and had helped other teams, so his experience would be invaluable to us as newcomers.
On the night of Tuesday, July 22nd, Diana had her start time at 9 PM local time. Since the race is run on public roads without closures, the start is done in three waves: 8, 9, and 10 PM. Roberto, Glen, and I spent a good amount of time finishing the preparations for the car, placing ice in each cooler, organizing the additional drinks, and resting a bit to be ready for the race start. At the hotel where we were staying, the race atmosphere was already palpable, with several teams staying there and preparing their cars with the mandatory numbers for each runner and handling last-minute details. The common denominator was seven-seater SUVs or minivans with trunks full of two or more coolers, plenty of food, and a multitude of running gear. I think as 9 PM approached, the nerves grew in both Diana and the team.
At around 7 PM, Eli Wininger, the fourth member of our team, arrived at the hotel after driving from Los Angeles to join the support crew. Eli didn’t have Badwater experience either, but he is an experienced ultramarathoner, and apart from supporting Diana at the aid stations, he was ready to pace her for as many sections of the race as needed. While Eli finished getting his race gear ready, Roberto and I left with Diana for Badwater Basin, the starting point of the race. Badwater Basin is a dry lakebed located about 18 miles from Furnace Creek and roughly 85 meters below sea level. Being there feels like being in a special place; an aggressive environment as one of the hottest spots on this planet, a place few dare to visit, much less consider running in.
The starting ceremony is simple but feels special. The organizers take photos of those starting in each wave, and someone sings the U.S. national anthem. But that moment of standing in that place, in front of some of the toughest runners on this planet, alongside their support teams, is truly exceptional. So, after the brief ceremony, the 9 PM wave began. As Diana started running, Roberto and I got into the car to wait for the organization’s signal to move out, as they regulated the departure of each car to manage the traffic flow.
Initially, the strategy was to stop every 2 miles (3.2 km) to ask Diana if her hydration was okay or if she wanted something to eat. Diana had already warned us that she usually eats very little during races, but we were really surprised to see that during the first kilometers, she ate nothing and only hydrated. However, her pace was very consistent during those first kilometers, and she looked good at each stop, so we continued with the strategy. We covered those first miles and made a stop at Furnace Creek, mile 17.4 (km 28), where Eli and Glen were waiting to join the team and continue. While Roberto and I arrived at this point, Eli and Glenn had taken care of buying more ice to refill our coolers. Diana stopped there again, and we continued on the road into the night.
After several stops during the night, Diana asked to sit in one of the folding chairs and told us she had been suffering from calf cramps, something that had never happened to her before. Although the cause of cramps is still a topic of discussion, one of the strongest hypotheses is that it can be caused by dehydration, so the most logical thing at that moment was to think that this was the cause. Diana took a few minutes sitting down to eat some potato chips and hydrate a bit better. Throughout the rest of the night, Diana had to battle the cramps, but despite this, her pace didn’t drop much.
The first sunrise found us at 5:40 in the morning, two miles from Stovepipe Wells, which is mile 42 (km 67.7) of the race. At this point, there is a gas station where you can buy ice, food, and some supplies. However, by this point, Diana was already struggling more with the cramps, and in fact, her pace had slowed down considerably. The stop at this point was longer than the previous ones; we bought some things at the gas station, and Roberto gave Diana a calf massage to try to help with the cramps. Additionally, he offered Diana a packet of mustard, which, according to Roberto, would help with the cramps. I had read about this home remedy for cramps but wasn’t sure of its effectiveness. However, it was worth taking a small risk, and Diana agreed. From this point, Eli began pacing Diana, which helped her maintain a more consistent pace and made the stops a bit quicker since Eli could inform us in advance what Diana needed through the radio.
As the day progressed, the temperature rose, and the first major climb of the race, Towne Pass, approached. Between Stovepipe Wells and Towne Pass, there are about 18 miles (29 km) and 5,000 feet (1,524 m) of vertical gain. The challenge was to make this ascent as the temperature rapidly increased. Fortunately, the mustard helped Diana a bit with her cramps, and there was a slight improvement. However, the heat of the day was starting to be felt, and with it came the progressive strain of the distance. During the morning, there were two strategies to help Diana keep her body temperature from rising too much: a bandana that we filled with ice at every stop and placed on her neck, and a hat with a specially designed space for this type of race that could be filled with ice.
To complicate things a bit more, before reaching Towne Pass, one of the race organization vehicles that passed by us informed us that there was a swarm of bees at the highest point. So our solution was simple: we gave Diana and Eli towels that we had kept in the coolers to protect themselves from the bees. The towels worked and served a dual purpose: they not only protected them from the insects but also helped keep them cool, especially considering that the passage through Towne Pass was just before noon.
At the highest point of this ascent, we could see the entire Death Valley ahead of us and what awaited Diana at the hottest time of the day. The view was both spectacular and terrifying. She had to descend again on a straight road during the hottest part of the day and then climb a bit again to Panamint Springs, a small town at 1,920 feet (585 meters) above sea level. During this stretch, Glen took over pacing duties to give Eli a break. Throughout the descent and the stretch across the valley, we stopped every mile (1.6 km) to assist Diana with changing hydration bottles, refilling ice in her hat and bandana, and attending to any needs. This was undoubtedly one of the toughest points of the race, and we were barely approaching the halfway mark. Diana had already been running for over 14 hours, the temperature kept rising, and fatigue and sleepiness were beginning to affect Diana's performance.
At the lowest point of the valley, Diana decided to stop and take a break of approximately 30 minutes, which she used very well to sleep and 'cool off' in the shade of the parasol with some ice on her head and neck. The heat forced her to move slowly, and the arrival at Panamint Springs still seemed far away. But as any ultramarathon runner can confirm, the important thing is to keep moving. It took us approximately 6 hours to get from Towne Pass to Panamint Springs, a stretch of 12 miles (19 km).
When we finally arrived at Panamint Springs, we felt a small sense of relief as this location was key for restocking food, gas, ice, and even offered a room set up by the organizers where runners could take a nap if they wanted. But the relief was short-lived: the room was full, and the ice machine at this location had stopped working. We wouldn’t have another opportunity to restock ice until mile 122 (km 196), almost at the end of the race in Lone Pine. Roberto and Eli took charge of finding some ice and eventually managed to get a bag to refill. Meanwhile, I looked for an inflatable mattress that Diana had brought to set up a space where she could rest. I also bought some food for Roberto, Eli, and Glen, as this would probably be the last chance to eat anything for a long time. While Diana slept, the rest of us ate and recharged our energy a bit. Additionally, this was the first spot in many miles where we had Wi-Fi signal again and could give an update on Diana’s progress. After her 40-minute nap, I told Diana how many people had written to me and were following her progress in the race. This seemed to give her a good morale boost to continue and start the second half of the race.
Diana started running again just before sunset toward what would be the second major climb of the race, from Panamint Springs to a viewpoint called Father Crowley at mile 80.2 (km 129) and an elevation of 4,000 feet above sea level (1,219 meters). Diana set off with Eli as her pacer, while Glen, Roberto, and I stayed in the car. One of the challenges on this stretch was that we could only stop at designated spots by the race organization to assist Diana, as the road is relatively narrow and was set up this way for safety. Fortunately, with Eli as her pacer, Diana could focus on running without having to carry extra weight. By the time Glen, Roberto, and I reached the Father Crowley viewpoint, the sun was almost completely down. When we stopped, we realized how tired we were, as it was the start of the second night of the race. While I slept in the car, Roberto and Glen slept on the parking lot sidewalk at the viewpoint. I knew Diana and Eli would arrive at any moment; I was tasked with taking over as Eli's pacer. I set an alarm on my phone and closed my eyes, hoping to rest for about 30 minutes while the runners arrived. However, I was so exhausted that I fell asleep almost immediately and only woke up when Eli knocked on the car window! It was obviously a surprise, but we quickly organized ourselves to continue the journey well into the night.
A few kilometers later, it was my turn to be Diana's pacer. On this first shift, I accompanied her for 8 miles (13 km). This stretch was difficult for Diana, who was struggling even more with sleepiness. During those kilometers, we chatted to help keep Diana awake. My strategy, besides telling Diana stories about my life, was to tell her to focus on the white line separating the shoulder from the main road. It was clear that fatigue and sleepiness were taking their toll. Sometimes Diana struggled to stay on the white line and veered toward the road, so the pacer's role at this stage of the race was primarily for safety. After finishing this stretch, we did a switch, and Roberto took over as the pacer for additional kilometers. The night continued without major issues, although Diana still battled significantly with sleep but kept moving. Apart from a stop at aid station 5 in Darwin (mile 90; km 145) to address blisters, there were no significant problems. During the stops, we emphasized to Diana that with the sunrise would come the energy of a new day to continue running and finish.
Dawn arrived around 5:40 AM on July 24. With the new day came new energy, but the challenges remained the same: battling sleep, fatigue, and heat. Highway 190, where most of the race took place, continued to be an endless straight stretch. Despite this, Diana kept moving, maintaining a reasonable pace. In fact, during the early morning hours, we managed to pass a couple of runners. However, Diana had been drinking only water for several hours, as she was tired of the sweet taste of Gatorade and Electrolit, which we used to replenish electrolytes. Although this concerned us a bit, Diana insisted she was tired of the taste and preferred to keep drinking water.
The first hours of the morning passed with several pacer shifts among Roberto, Eli, and me. At one of the stops, we saw Roberto arriving with Diana, who had a bruise and blood on her face. Diana had stumbled and didn’t manage to put her hands out to break the fall. The impact was strong, but Diana remained determined and continued moving toward Lone Pine, where there was an aid station and the turn towards the final stretch of the race. At the last stop before Lone Pine, Diana mentioned she wanted to change the shoes she had been running in for her reliable Altra trail shoes, which were lighter and better suited for the 2-mile (3.2 km) stretch we would face after leaving Lone Pine.
Eli, Glen, and I were in the car. Upon arriving in Lone Pine, we knew we had some time before Diana arrived, so we stopped at the restaurant next to the hotel where the aid station was set up. We ate quickly and got ready for our runner's arrival. Diana arrived at the hotel and again asked for her spare shoes, which we handed to her immediately. She sat on a concrete edge to lace up her shoes and almost immediately collapsed as if someone had struck her on the head. Roberto, who had been running the last stretch with her, caught her and started trying to wake her up. We tried to give her something to drink, but Diana simply didn’t respond to anything. Fortunately, the race doctors had a room in this hotel, so we all took Diana to the room to revive her. The initial suspicion was, of course, dehydration, so the doctors gave her oral rehydration solution while asking her name, where she was from, and if she knew where she was. All to determine if she had lost consciousness entirely. Fortunately, Diana answered everything correctly. Meanwhile, one of the doctors asked Glen to bring Diana some real food, so the most practical solution was to cross the street for some McDonald's fries. Once Diana had recovered a bit, the doctors weighed her and found that she had lost 14 pounds, about 10% of her body weight. Obviously, this was a shocking figure, to the point that the doctors were considering whether Diana should continue in the race. We looked at each other without saying anything. Diana assured the doctors that she could continue, which was partly demonstrated by her quick recovery while eating and replenishing her electrolytes.
This entire episode lasted about 40 minutes, from the moment Diana fainted until she left the room. The doctors cleared her with clear instructions to maintain electrolyte and food intake for the remainder of the race, which was the last 13 miles (21 km) from Lone Pine to the entrance to Mount Whitney. A half marathon. With 4,671 feet (1,423 meters) of ascent.
We set out very cautiously and a bit scared by the episode, but as we said at the time: "you can already smell the finish line." What remained seemed small compared to the distance covered, but the ascent posed an additional challenge. A few meters after starting this new section, there was a detour onto a 2-mile (3.2 km) trail; the only trail section of the entire race. This happened because the usual asphalt road had a slide and the road was under repair. This trail section was a welcome change after almost 120 miles (193 km) of asphalt. Additionally, it wasn’t a technical trail, so the risk of another fall was low.
At the start of this new section, Diana looked much better. The ascent was done walking with some short runs, and in the first few kilometers, Eli and I took turns pacing. Every time I got back in the car, we started counting the points we were passing, like doing a countdown of what was left to the finish line. It was clear that we were all tired and Diana deserved to reach the finish. In those last kilometers, all uphill on a winding path that showed us the transition from a desert environment to a forest with pines and waterfalls, I had the fortune of being alongside Diana. I couldn’t forget the task of reminding her to take electrolytes and eat some of the fries she had left. As we climbed, the temperature dropped a bit, and we were no longer dealing with unbearable heat. Every time we climbed a bit, we saw signs and notices about Mount Whitney (camping area, parking, etc.), but nothing that led us to the entrance, where the race ends. There was no other option but to continue step by step.
When we finally heard the cheers of those at the finish line, the unique feeling of relief that comes from finishing a race washed over us. It felt like an additional burst of energy, just to cross the finish line. In the last few meters, perhaps no more than 50, all team members—Diana, Eli, Roberto, Glen, and I—crossed together. A Colombian flag was a must to unite the five of us at the finish. 45 hours, 11 minutes, and 30 seconds after leaving Badwater, Diana crossed the finish line and became the first Colombian woman to do so.
A race like this leaves many lessons and, of course, many pleasant memories. When I read "Born to Run" by Christopher McDougall and learned about this race, it seemed absolutely insane. I could never have imagined that one day I would contribute to a runner crossing the Death Valley. But several years after reading that book and having run thousands of kilometers, I can say that I was there. Even the day before the race, I was intimidated by a challenge of this magnitude. After experiencing it, I fully understand why it attracts runners from all over the world who want to face this monster.
In conclusion, I can't help but thank and congratulate my teammates: Eli Wininger, Glen Kovacs, and Roberto Cedillo. We all come from such different backgrounds, yet we managed to come together and function like a well-oiled machine. And of course, my congratulations and total admiration go to Diana Melo, who step by step conquered that monster.
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